lunes, 16 de mayo de 2011

Historia del alma I


Tengo esperanza en que nuestro trabajado linaje humano sea algo más que una fatídica procesión de fantasmas que van de la nada a la nada
Miguel de Unamuno. S. XIX y XX d.C.

Fuente original, modificada y adaptada para la entrada a este blog, de Ferrater Mora.

A-Las primeras referencias al alma surgen desde el S. IX a.C. y se desarrollan hasta el S. V a.C.
Influencias chamanísticas procedentes de Dacia y Escitia y prontamente difundidas no sólo por el Asia Menor y Creta, sino también por el Sur de Italia (especialmente Sicilia). Se comenzó a creer que hay en cada hombre una realidad de orden divino, la cual ha preexistido al cuerpo y perdurará tras la muerte y corrupción del cuerpo.


Representantes filosóficos o semifilosóficos de esta nueva tendencia son el orfismo (del que ya hemos hablado en este blog), Pitágoras y Empédocles. El alma puede, pues, entrar en el cuerpo y salir de él, sin identificarse nunca completamente con el cuerpo. Origen luminoso y divino. El cuerpo puede ser concebido entonces como una especie de cárcel, o sepulcro, del alma. La misión del hombre es liberar su alma por medio de la purificación y al final, más filosóficamente, por medio de la contemplación. El alma no es un principio que forma el cuerpo y le da vida; es algo de naturaleza esencialmente no sensible y no material.

B- Platón acogió estas ideas y las refinó considerablemente. Al principio, especialmente en el Fedón, defendió un dualismo casi radical del cuerpo y el alma; el alma era para él una realidad esencialmente inmortal y «separable». El alma aspira a liberarse del cuerpo para regresar a su origen divino y vivir de nuevo entre las Ideas, en el mundo inteligible (el otro mundo, el no sensible-material-físico). Aun dentro del cuerpo, el alma puede recordar (Platón lo llama "reminiscencia") las Ideas que había contemplado puramente en su vida anterior. La teoría del alma pura es en Platón el fundamento de su teoría del conocimiento verdadero, y a la vez ésta constituye una prueba de la existencia del alma pura. Sin embargo, Platón se dio cuenta pronto de que el dualismo cuerpo-alma planteaba no pocas dificultades, no sólo epistemológicas y metafísicas, sino también morales. Su filosofía es en gran parte un esfuerzo por solucionar tales dificultades, y hasta puede hablarse de una «dialéctica del alma» en Platón a través de la cual se afirma, para luego negarla, la separabilidad del alma con respecto al cuerpo.

He aquí las dos célebres definiciones dadas por el Estagirita: «el alma es la primera entelequia del cuerpo físico orgánico» y es «la primera entelequia del cuerpo físico que posee la vida en potencia». No tiene sentido, pues, preguntar si el cuerpo y el alma son una sola realidad; ello sería como preguntar por qué la cera y la forma de la cera son una realidad. El sentido de la unidad del cuerpo y del alma es la relación de una actualidad con una potencialidad.
C- Las doctrinas aristotélicas sobre el alma son muy complejas. En parte se apoyan en ciertas ideas de Platón y, desde luego, en la idea de que lo inteligible tiene que predominar sobre lo sensible, y la contemplación sobre la acción. Aristóteles, por lo demás, habla a veces del alma como un principio general (de vida) y a veces como un principio individual propio de cada uno de los hombres. En ambos casos es característico del Estagirita hacer con el alma lo que hizo con las ideas: traerlas, por así decirlo, del cielo a la tierra. Las teorías más características de este autor sobre el alma se hallan formuladas, en todo caso, desde un punto de vista «biológico» (o, mejor dicho, «orgánico»). El alma, declara Aristóteles, es el «principio de la vida animal» en tanto que vida que se mueve a sí misma espontáneamente. Pero ello no significa que el alma se mueva a sí misma; ser principio de movimiento no significa ser movimiento. Ahora bien, puesto que todo cuerpo natural poseedor de vida es una substancia (en tanto que realidad compuesta), y posee un cuerpo, no puede decirse que el cuerpo sea el alma. El cuerpo es la materia; el alma es una cierta forma.

El alma es, pues, una substancia; es el quid esencial del cuerpo. Como escribe Aristóteles: «si el ojo fuera un animal, la vista sería su alma, pues la vista es la substancia o forma del ojo». El alma es, pues, la forma del cuerpo en tanto que constituye el conjunto de posibles operaciones del cuerpo. Así como lo propio del martillo es dar martillazos, lo propio del alma es hacer que el cuerpo tenga la forma que le corresponde como cuerpo y, por lo tanto, hacer que el cuerpo sea realmente cuerpo. El alma es la causa o fuente del cuerpo viviente. Ahora bien, si el alma es el principio de las operaciones del cuerpo natural orgánico, puede distinguirse entre varios tipos de operaciones. A ello corresponde la división entre varias «partes» del alma –que, por lo indicado, no destruye en manera alguna su unidad como forma–.
El alma es el ser y principio de los seres vivientes, por cuanto esos ser y principio consisten en vivir. Las doctrinas aristotélicas sobre el alma no son, pues, sólo de carácter biológico o de carácter psicológico –aun cuando ofrezcan asimismo, y muy acentuadamente, estos dos caracteres–; constituyen el más importante fragmento de una «ontología de lo viviente». Los diversos tipos de almas –vegetativa, animal, humana– son, pues, diversos tipos de función. Y las «partes» del alma en cada uno de estos tipos de función constituyen otros tantos modos de operación. En el caso del alma humana, el modo de operación principal es la racional, que distingue esta alma de otras en el reino orgánico. Ello no significa que no haya en dicha alma otras operaciones. Puede hablarse de la parte nutritiva, sensitiva, imaginativa y apetitiva del alma, o sea de otras tantas operaciones. Mediante las operaciones del alma, especialmente de la sensible y de la pensante, el alma puede reflejar todas las cosas, ya que todas son sensibles o pensables, y ello hace que, como dice Aristóteles en una muy comentada fórmula, el alma sea de algún modo todas las cosas.

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