jueves, 14 de abril de 2011

El trabajo y el ocio- Necesidad y libertad- Y reflexión sobre las fases de la vida


Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos.
Martin Luther King- S. XX d.C.

Creo que en líneas generales, aunque con matices que habría que mejorar, sobre todo en lo relacionado con la desigualdad, la humanidad ha sabido organizarse con el objetivo común que nos une a todos, el de siempre, el que Darwin puso en palabras, la adaptación al entorno por la supervivencia.

Soy, de nuevo en líneas generales aunque con matices que expondré más adelante, optimista en relación con el futuro de la humanidad, que hemos sabido adaptarnos, organizarnos y progresar con el paso del tiempo (al menos una parte de nosotros, aunque tengamos abandonados a muchos otros).


Y creo que el trabajo ha sido uno de los pilares sobre los que se ha asentado dicho progreso. Por eso, continuando con la reflexión que nos ocupa sobre nuestro presente y sus orígenes, me voy a detener en algunas ideas sobre la historia del trabajo, que no es otra que la de la lucha teórico/práctica entre la libertad y la necesidad.

Aristóteles distinguía entre actividades libres y serviles y rechazaba estas últimas porque "inutilizaban al cuerpo, al alma y a la inteligencia para el uso o la práctica de la virtud".
Criticaba la actividad crematística que "pone todas las facultades al servicio de producir dinero. Buscar en todo la utilidad es lo que menos se ajusta a las personas libres y magnánimas".


En la Grecia Clásica el ocio era mucho más valorado que en la actualidad y más apreciado que el trabajo. Se pensaba que ambos son necesarios, pero "el ocio es preferible tanto al trabajo como a su fin, hemos de investigar a qué debemos dedicar nuestro ocio… y también deben aprenderse y formar parte de la educación ciertas cosas con vistas a un ocio en la diversión…".


Tenían las ideas muy claras: el trabajo se realiza por necesidad, pero lo más conveniente al ser humano es el ocio que deviene de la libertad.

Era necesario por tanto que al menos algunos hombres trabajasen (los esclavos) para que los hombres libres pudiesen dedicar sus días a lo verdaderamente importante en la vida; la política, la ciudad-estado, la sociedad y el ocio.


En la época medieval el trabajo en general continuó sin ser una actividad apreciada. Los cristianos comenzaron poco a poco a justificarlo, pero no a valorarlo. Al principio lo entendían como un castigo o, cuando menos un deber. Se justificaba el trabajo por la necesidad de evitar estar ocioso. El ocio comienza a adquirir otra connotación diferente a la de la Grecia clásica. La vida monástica dedicada a la contemplación se valora mejor que el trabajo.

Santo Tomás argumenta que el trabajo es un deber que incumbe a la especie humana, pero no a cada hombre en particular.


En cualquier caso, no será hasta el siglo XIX y modernidad cuando al trabajo se le adjudique un papel importante en la construcción social y progreso de la humanidad.

Tanto en el mundo antiguo como en la Edad Media se ve al ser humano como un ser sociable por naturaleza.


En la actualidad tenemos una concepción muy diferente del trabajo. Cualquier actividad es trabajo y debe valorarse de la misma manera, de forma positiva para el conjunto. Esto sucede, según Marx, cuando el trabajo se convierte en valor de cambio.


Sin embargo, para Weber, desde su perspectiva luterana, todas las profesiones merecían la misma consideración, independientemente de su modalidad y de sus efectos sociales. Lo decisivo para cada persona era el cumplimiento de sus propios deberes. Esto se ajustaba a la voluntad de Dios y era la manera de agradarle.


Trabajo duro, trabajo cómodo, manual o intelectual se equiparan; se justifica la desigualdad como necesidad técnica debida a la división del trabajo, encubriendo el hecho de que el trabajo es un elemento discriminador debido al diverso nivel de vida que proporciona según el lugar que ocupan los individuos en la producción.


El trabajo se intercambia por dinero, por salarios (salvo en algunos casos como el trabajo doméstico). Y es a mi juicio éste, el dinero, el elemento que mejor ha permitido nuestro progreso, el que nos hayamos organizado para cuidarnos los unos a los otros, para trabajar los unos por los otros, con el dinero como intercambio de productos y servicios.

Las religiones poco a poco fueron modificando sus ideas previas sobre el trabajo y comenzaron a entenderlo como el mejor medio de realización humana. Por tano, el trabajo pasó de ser una necesidad inevitable, a ser instrumento de Dios, y constructor de la persona y la sociedad.


Y entonces la goma elástica se estira hacia el lado contrario y el trabajo se convierte en nuestra principal actividad y nos enfrenta contra otros hombres. La lucha por la supervivencia se convierte en la lucha por trabajar más, ganar más dinero, ascender…a cualquier precio, incluso el de sacrificar el resto de nuestra vida y olvidarnos de nuestro ocio.

Las diferencias de clases se acentúan y la pobreza inunda las calles de los países capitalistas.

Contra este liberalismo salvaje que alimenta a la mitad de la población y destruye a la otra mitad nacen las ideas socialistas, que mantiene una actitud positiva sobre el trabajo, pero propone la distribución equitativa de sus resultados.

Para Marx, el desarrollo de la productividad (ligada a la división del trabajo) era una precondición para la sociedad comunista y, al mismo tiempo, muchos de los males de la sociedad capitalista guardaban relación con la división del trabajo. Una paradoja insalvable.


Hoy en día la goma elástica parece más centrada y con menos tensión. Se concede al trabajo una finalidad importante en el desarrollo de la persona y de la sociedad, pero igualmente es considerado positivo el ocio. Ahora los hombres nos debatimos entre la necesidad que tenemos de trabajar para mantener el equilibrio de nuestras vidas y familias, y el placer que nos depara nuestro tiempo libre, junto a los nuestros, o simplemente enriqueciéndonos con un buen libro.


Finalmente, tras 25 siglos de reflexión, como la tesis y antítesis hegeliana, hemos llegado a la síntesis, que no es otra que debemos alcanzar el equilibrio entre nuestro tiempo laboral, inevitable y necesario, y nuestro tiempo de ocio, el que nos proporciona mayor placer y felicidad.


Lo inteligente hoy sería buscar el mayor enriquecimiento posible en el trabajo, y eso sólo se consigue, como siempre les digo a mis hijos, esforzándose por estudiar aquello que más nos haga disfrutar.

Siempre les ha hablado de la estructura temporal de la vida y de sus tres fases, con la intención de hacerles ver la importancia de los años de estudio, esos primeros 20 años que a veces tanto odian y tanto sufren, pero que posibilitarán un trabajo enriquecedor, y una pensión de jubilación que nos permita vivir los últimos años de nuestra vida con dignidad (en un país rico como es España, por supuesto. No hay pensiones de jubilación en tres cuartas partes del mundo).

Estudios 20 años, lo que nos proporcionará un mejor remunerado y más enriquecedor trabajo
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Trabajo 40 años, lo que nos proporcionará una mejor pensión de jubilación 
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Jubilación 20 años más o menos, por esperanza de vida media
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