martes, 10 de agosto de 2010

Bioética II, nuestro futuro cercano.






Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
Kant. S XVIII d.C.


Estoy totalmente convencido de que el gran debate bioético universal está cercano (años…quizás algunas décadas…) y todos nosotros nos veremos involucrados y deberemos tomar partido. La humanidad se enfrentará a grandes decisiones que afectarán al futuro de nuestra propia especie y es posible incluso que se nos pregunte en referéndum sobre nuestra opinión.

La avances en la investigación genética serán los desencadenantes de estos dilemas morales universales.

Según el profesor Callahan “la genética ha sido la fuente de una tentación enormemente seductora, a menudo peligrosa: la utilización del conocimiento genético para mejorar la naturaleza humana, para darnos más opciones sobre nuestras características humanas, y decisivamente deshacernos de la enfermedad de origen genético (algo que posiblemente pueda aplicarse a la mayoría de las enfermedades), o, en caso de fallo, incluso de los individuos enfermos”.

Ya hoy en día, es una realidad sobre la que quizás no hemos reflexionado mucho, la genética nos ha proporcionado información suficiente para el asesoramiento familiar en temas de reproducción, diagnóstico prenatal, y la identificación de los marcadores de muchas enfermedades que aparecen solamente con posterioridad a la vida de una persona.
Y hemos asumido estos cambios en nuestras vidas con toda naturalidad, ¿por qué? Creo que porque hemos entendido, de forma mayoritaria, que estos cambios son “buenos” para el ser humano, sin que haya existido un gran debate sobre el asunto.

Las posibilidades pragmáticas del estudio genético de nosotros mismos llegan hasta donde llega nuestra imaginación. ¿Deseamos llegar tan lejos como seamos capaces de imaginar? Parece evidente, analizando la tipología de los financiadores de estas investigaciones, que las empresas farmacéuticas sí lo desean.
Finalmente llegamos al lugar que suelen tener en común todos los asuntos humanos en esta organización presente de nosotros mismos, al aspecto comercial e interesado de determinadas empresas que ven en este tipo de estudios un campo enorme de generación de beneficios económicos.

Pero las posibilidades que podemos imaginar van mucho más allá de las meramente comerciales, y son tan factibles como las mismas.
Supongamos que dentro de unos años se descubre un gen que predispone genéticamente al individuo a la violencia y que somos capaces de hacer que nuestros niños nazcan con ese gen corregido. ¿Conseguiríamos una humanidad viviendo en paz para siempre?

La pregunta que los genetistas y bioéticos se plantean con frecuencia es si únicamente nuestra genética nos influye en este tipo de aspectos, o si las condiciones ambientales (las circunstancias de Ortega y Gasset), nuestro entorno, educación o ambiente temporal influyen igualmente en nuestra construcción como personas.
Son muchos los dilemas morales que se plantean ante esta posibilidad: ¿es al alcoholismo genético o ambiental? Si se descubre la predisposición genética al alcoholismo, o a la violencia, ¿cómo deberíamos tratar a los que comenten estos actos, como delincuentes o como enfermos?

Y por otro lado: ¿Consideraremos justo que unos padres tomen la decisión de interrumpir el embarazo porque su futuro hijo tiene predisposición genética, que quizás no desarrolle con un ambiente vital correcto, al alcoholismo o a la violencia? ¿Y si tiene predisposición genética a padecer alzheimer al final de sus años?

Es evidente que si tenemos la posibilidad de realizar estas pruebas de diagnóstico previo querremos hacer uso de ellas. Finalmente la investigación genética abre posibilidades al ser humano y nos hace más libre, no cabe duda.

Sin embargo, ¿contratarán los empresarios a personas con predisposición a enfermar, aunque sea muchos años después?
¿Estudiarán nuestros hijos en función de sus capacidades genéticas para una u otra rama de las ciencias, letras o artes?

La que sí parece cercana es la posibilidad de que los padres elijan a priori las características genéticas de sus hijos y se aseguren de que será un niño sano.
Los nuevos avances genéticos se están considerando hasta el momento posibilidades para aumentar la elección individual, y eso se está considerando positivo. El problema vendrá cuando el porcentaje de personas que consideren que estas elecciones individuales son contra-natura aumente hasta el punto de que se dejen oír con fuerza sus opiniones.
Llegará un momento en el que los avances en los conocimientos genéticos se enfrentarán a los valores morales de los individuos.

El diagnóstico prenatal se ha instaurado en nuestras vidas con toda naturalidad, sin que se hayan escuchado en voz alta discrepancias. Mayoritariamente se ha considerado positivo, aunque el resultado del mismo, en muchas ocasiones, finalice en un acto rechazado por un porcentaje elevado de personas, el aborto.

Está demostrado que cuanto menor sea el riesgo de enfermedad, o mayores las posibilidades de curación, menor es el riesgo que queremos correr.
En el siglo XX la esperanza de vida ha aumentado en más de 30 años, y las investigaciones para seguir aumentado ese tiempo son mayores que nunca. El empuje de la investigación biomédica, con apoyo público total, sigue creciendo con el objetivo de alargar nuestra vida y mejorar su calidad. La gran pregunta es ¿dónde está el límite?

Mi pregunta es ¿y si no encontramos límites? ¿Y si dentro de unos años…o décadas…se descubren los genes, o las reacciones químicas que producen el envejecimiento de las células y somos capaces de controlarlos?
¿Y si dentro de 20, 30 ó 100 años somos capaces de detener nuestro propio envejecimiento? ¿Qué haremos entonces? ¿Optaremos por hacer uso de nuestra libertad?
Creo que los políticos/legisladores tendrán que tomar decisiones bioéticas muy importantes en el futuro, y creo firmemente que a veces será tan complicado tomarlas que optarán por delegar esa decisión en la mayoría de los ciudadanos en forma de referendums.

Callahan afirma que “la genética puede ser beneficiosa para todos y perjudicial para todos, pero de la misma manera deberíamos saber que el problema no es la genética en sí misma. Lo que resulta realmente crucial son los valores, creencias y prácticas que ejercen presión sobre el conocimiento genético. Al final, será el tipo de ambiente cultural que creemos el que determinará que la expresión en la sociedad del conocimiento genético dañe o entorpezca nuestra vida común”.

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